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jueves, 29 de marzo de 2007

ADN DEL AUTOR

Por las fechas no importa; que más da si fue hace uno, dos, cinco o 10 años. Lo esencial es que fue un tiempo de rico descubrimiento el que me llevó a desentrañar todo un motivo de vida.
Fue la otra inspiración de mi existencia, el escultismo, que me permitió descubrir una capacidad, cultivarla y hacerlo bien. Un magno evento, un jamboree, cientos de personas como yo, las hermosas tierras bajas de la comuna de Los Lagos, en la décima región, una cámara fotográfica demasiado simple, de 110 mm y dos rollos de recuerdos borrados por no saber manipular los mecanismos de aquel simple artefacto; una falla, que jamás me he perdonado.
Ese episodio, me llevó a creer que el aprendizaje y el hacer las cosas bien, y no a medias, es relevante hasta para los más mínimos detalles; hasta para hacer fotos triviales, que en el momento se creen de poca importancia, pero que con el tiempo se convierten en tesoros invaluables, que como el vino, adoptan con el transcurrir de los años el precio de una verdadera joya.
De fotos triviales, de viajes, aventuras y fiestas, y de una cámara común y completamente automática, pasé a un cuarto oscuro, revelando negativos. En esos años de estudio periodístico, llegó a mis manos una cámara análoga Pentax, de formato 3 x 2, mecánica, con el que el aprendizaje de las técnicas de composición y de los conceptos básicos de exposición y obturación se hizo más eficaz. No estoy hablando de aprendizaje en una sala de clases, sino de simplemente leer, salir de la casa, fotografiar cuanto se cruce por delante y aprender de los errores.
Hoy, ciertamente, no puedo agradecer mucho a mi ex escuela de Periodismo por la formación visual recibida. Sin embargo, el periodismo por un lado y la fotografía por otro, me llevaron a comprender que todo este ámbito se mueve en una dirección preconcebida, que desemboca en un término muy sencillo: comunicación.
Comunicar, es relatar con sencillez y simplicidad la naturalidad presente en los elementos y factores que componen la realidad, en la que un segundo o minuto es suficiente para captar un momento espontáneo e ingenuo, instante que jamás se repetirá y que nunca más volverá a ser el mismo.
Lo que esta allí afuera o dentro de las personas es lo que realmente seduce. Expresar, con miradas certeras una historia, comunicar visualmente sensaciones, esperanzas, dolores o sentimientos es un trabajo, que requiere en la mayoría de las veces, de rapidez manual, para disparar con precisión cuando la circunstancia así lo solicite.
Y aunque es una tarea que no necesita tanto de la paciencia como para componer una minuciosa artesanía o para edificar una colosal obra ingenieril, lo cierto es que exige de entrenamiento y de un filtro profundo, que tiene por nombre sensibilidad; sensibilidad para captar el minuto exacto, sensibilidad para dejarse llevar por la intuición, sensibilidad para encontrar lo que no se ha encontrado, para buscar la espectacularidad en lo ignorado, para hallar la belleza en lo desapercibido, y así como en el amor, para enamorarse a primera vista de lo que aparece simplemente al frente o al lado, sea un acontecimiento trascendente, o solamente un árbol desnudo, vetusto y solitario, que con su carne mustia y podrida nos hable de sus años de esplendor, en medio de un campo desierto y sin vida.
Ahora, en plena era digital y de mega pixeles, es preciso relatar con eficiencia. En un mundo cada vez más rápido y competitivo, se requiere poner la habilidad, la calidad y los talentos en movimiento, para generar miradas certeras, transformadas en comunicación visual de impacto, al servicio de las personas y su realidad.
Alejandro Zoñez Venegas

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